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#1

Suena la alarma. Es martes, y decido que escribir va a ser lo primero que haga al despertar. Fue una decisión premeditada, pero, para ser sincero, nunca pensé que lo lograría. Todavía siento los párpados pesados y pegados, como un cachorro recién nacido; como un cachorro que no quiere abrir los ojos y enfrentarse a la realidad.

Soñé con algún tipo de aventura, pero no la recuerdo. Nunca fui bueno para retener mis sueños, o para ir en busca de ellos. Me pregunto cuánto tiempo va a durar esto de escribir al despertar. ¿Un día? ¿Una semana? ¿Una vida?

Me distraigo, porque Mapache, el gato, se subió a la cama para recostarse en mi pecho. El movimiento del lápiz llama su atención. Intenta morderlo, pero mi mano es más veloz que su boca.

Luego, se incorpora y frota su rostro contra la libreta. Lo hace con fuerza, y no termino de distinguir si es que busca molestarme o inspirarme.

Mapache maúlla, y como no le respondo, me da un cabezazo en la barba para demostrarme su felino cariño, o al menos, me convenzo de ello. Después, empieza a amasar mi pecho, queriendo despertar mi instinto maternal. La veterinaria me comunicó que era una actitud inmadura de parte de Mapache, y también me dijo que creía que era un poco charlatán.

Callarnos y obligarnos a aceptar el concepto universal de madurar. La fórmula secreta para controlarnos. Afortunadamente, Mapache es un ser que cuestiona, y al cual, a fin de cuentas, no le importa demasiado lo que piense el resto de él. Me gusta creer que heredó esas cualidades de mí, aunque no sea cierto.

Trato de acariciar a Mapache con una mano y escribir con la otra, pero se me hace difícil. Hay demasiadas variables a la hora de escribir en una libreta.

Me arrepiento de no haberle sacado punta al lápiz, siento su trazo tan débil. También me duele la mano, la izquierda, la hábil. Secuelas de los oportunos golpes de la vida. Soy consciente de que no es el momento idóneo para escribir, pero lo hago de igual modo, así como despertarme.

Tampoco es el momento idóneo para despertar en este mundo. Mejor seguir con los ojos cerrados, y en un estado de ensueño permanente, sin poder discernir la realidad del imaginario colectivo. A veces, me pierdo en la mirada de quien tenga enfrente y me pregunto si también sentirá el velo de artificialidad que recubre al pasado, al presente y a nuestro posible futuro. Debe haber otros que lo sienten así. Sé que los hay.

Mapache se vuelve a acostar encima de mi pecho, y esta vez cierra los ojos. Mi imaginación visualiza un globo de pensamiento sobre su cabeza: ¿Cuánto faltará para que se extinga la maldita raza humana?

No lo sé, Mapache. Pero nos vamos a dar cuenta cuando suene la alarma, por última vez, después de haberla pospuesto en tantas anteriores ocasiones. El gato me responde con un bostezo, le aburre cuando excavo en las profundidades de mi mente.

Bienvenida al mundo de las mañanas, escritura. Donde el romanticismo se pierde, y el aliento a saliva concentrada hace pesada la respiración. Donde los gatos esperan pacientes nuestra extinción. Donde la consonancia se abre camino sin pedir permiso.

Bienvenidos al mundo de mis mañanas, me despido, porque ya es hora de levantarme y enfrentar el día, la semana y la vida. ¿Mi arma? Un lápiz que pierde filo con cada palabra que escribo.


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